Encerrado y enjaulado,
encadenado a mí.
Revuelta popular
de mis sentidos
y de mis opciones.
Una súbita rotura
como un rebote elástico.
Un terremoto artificial.
Temblores bruscos,
liberación de lo superficial.
Encerrado y enjaulado,
encadenado a mí.
Revuelta popular
de mis sentidos
y de mis opciones.
Una súbita rotura
como un rebote elástico.
Un terremoto artificial.
Temblores bruscos,
liberación de lo superficial.
Un rastro escrito en gotas de lluvia que caen sin parar. Un rastro borrado por el primer viento frío del otoño. Un rastro que no cesa, que ni es ni será.
El rastro, tras las palabras que he dejado en un charco, se ha quedado solo y mojado, húmedo y olvidado. El rastro de las palabras escritas en el agua que está cayendo, ha formado un riachuelo, por donde ahora pasan también los sueños y las ganas de algo más.
Yo no te conozco, conocerte costaría una vida muy larga y no la tengo para utilizarla contigo. No te conozco porque si te conociera no podría conocer a nadie más. Me envolvería de ti, cubierto de tu esencia, la tuya y la única que tienes.
Cuando te miro, veo reflejado en tus ojos mi ilusión difusa. Perplejo del color, de la maravilla que hay en todo lo que veo. Tus ojos me devuelven la mirada y ya no sé si lo que observo es un libro o una película. Si el tiempo deja de existir y mis creencias desvanecen, ¿qué sentido tiene poseer todo lo imaginable, si no te tengo a ti?
Guardado llevo, de donde solo el tiempo es asesino, mis recuerdos. Pero en tus pupilas y tus iris, de indefinible tonalidad, siento que seré capaz de ser quien soy, de sonreir, de equivocarme estrepitosamente y saber que he fallado a conciencia.
Acabaré mal, lo acepto.
Tren pasando por un mercado de Tailandia (El impulso que nos arrastra al cambio) |