Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Me despierto en mitad de la noche, sudoroso
y con el corazón al borde del colapso, casi a punto de salirse de mi torso. Doy
vueltas en mi cama pero no consigo dormir. Pego un salto y toco el suelo que
está frío. Me pongo mis zapatillas de andar por casa y abro la puerta de mi
habitación. El minúsculo pasillo que hace las veces de una especie de extensión
del pequeño comedor está oscuro, como el resto de la casa. Llevaba unos boxers
ajustados y pese a que estaba sudado me encontraba un poco destemplado.
Caminaba lentamente, a pasos de hormiga. Por fin llegué a la nevera. Doy un
vistazo y localizo la botella de agua mineral. Después abro un armarito y cojo
un vaso de cristal, acto seguido derramo un poco de líquido transparente.
Primero pego un sorbo pequeño, espero que el agua fluya por mi garganta. Me
duelen las muelas porque está helada. Nunca me han gustado las cosas tan frías
y no podré comprender a quien si. “Un último trago y me la termino” pienso.
Trago el agua y deposito el vaso en la pica del fregadero. Lo limpiaré cuando
amanezca.
Me
deslizo y mis manos abandonan su cuerpo tan perfecto, como si los dioses la
hubieran diseñado. Emite un pequeño ruido y me percato de una lágrima en su
mejilla. Ha estado llorando hasta dormir. Su cara está girada y me escabullo de
allí antes que tener que dar cualquier nefasta explicación inexplicable. Salí
rápidamente, como un ninja.
Paso
frente el cuarto de Carlota. La mente se me queda en blanco y solo pienso en ir
con ella y protegerla de todos esos monstruos que la acechan.
Tengo ganas de ir a su
cama y abrazarla. Tengo ganas de quererla como nunca antes la han querido y
sobretodo tengo ganas de sentir sus labios pegados a los míos durante horas o
años, durante todo un infinito. Tengo ganas de morderle el cuello y recorrer su
espalda suavemente con mis manos mientras le susurro en el oído cuanto le
quiero. Sentir que estamos juntos, de eso es lo que tengo ganas. Tengo ganas
de llegar a su alma y besarla porque eso no lo puede hacer cualquiera. Aunque
se me olvida lo más importante, tengo ganas de ella y yo, tengo ganas de
nosotros.
Abro la
puerta con lentitud como quien abre la puerta de su jaula y puede volar cuanto
quiere. Mis ganas irrefrenables de ella me llenan de pasión y amor.
Me
quedo quieto. Me agacho y le aparto un mechón de su cuello. En mi cabeza suena
“Es tan perfecta, Dios mío” Me siento muy despacito a su lado, lo suficiente
para escuchar su corazón latir. Un corazón de mimbre que se deshilacha si se
estira de un extremo y eso, eso es imposible de arreglar. Toco su cintura y
paseo mis dedos libremente, parezco un perturbado pero me da igual. Junto mis
labios húmedos con su cuello y su respiración y la mía entran en contacto.
La luz
del alba se cuela por la ventana. Estoy aturdido por las imágenes de anoche que
pasan con rapidez. Alguna que otra se queda un poco más, forman parte de mi
colección de instantes casi perfectos.
Me
levanto y me visto con lo primero que alcanzo. Vaqueros, suéter y deportivas
negras. Me cuelgo la mochila a la espalda y me dirijo de nuevo a la cocina,
como apenas unas cuantas horas antes. No me percato de que está en el sofá
leyendo un libro de texto, el de Biología seguramente. Tenemos examen a primera
hora, es el último examen.
–Hola Martín –dice ella y me mira como si nada.
–Hola Carlota –digo yo y la miro como si todo.
–¿Cómo estás? –pregunto aun sabiendo la respuesta verdadera y la respuesta
falsa que claramente me va a contestar.
–Bien, bueno –aclarándose la garganta un poco – . ¿Nos largamos ya al instituto?
–Vale. Tenemos que darnos prisa. –digo señalando el libro que está entre sus
manos, las mismas de anoche –. Aunque primero voy a beber algo de zumo.
Abro el frigorífico y bebo a morro algo de zumo de frutas. “Tanto azúcar no es
bueno de buena mañana” Eso es lo que hubiera dicho mi madre si me hubiera visto.
–¿Cuántas veces te he dicho que te cojas un vaso? –Suena autoritario pero esa
sonrisa burlona que tiene es demasiado para mi. Dejo pasar lo que dice.
Abro la puerta y cierro con llave porque después de lo de la última vez hemos
extremado las precauciones. Me las guardo en el bolsillo de detrás de mi
mochila roja, muy usada y vieja pero me gusta.
Cogemos la calle hacia arriba y a recorrer el mismo trayecto de los últimos
meses. Avanzamos por la
Avenida. Paramos en
el semáforo que hace cinco y esperamos a que se ponga verde. Cruzamos. No hay
mucha gente todavía, apenas son las ocho menos cuarto y la ciudad aún se está
despertado de una larga noche que yo por lo menos no olvidaré.
Atravesamos una plazoleta paralela a la
Avenida y
llegamos hasta el Conservatorio. Ahí nos desviamos a la izquierda y andamos
todo recto. A lo lejos se adivinan las letras que ponen “Centro Educativo” y
debajo de eso “La
Arboleda ”. Se llama así porque, como dice su
nombre, justo detrás del centro se extiende una gran arboleda que es el gran
pulmón verde de la ciudad. Después de toda esa inmensidad de árboles solo
existe la nada, o los pueblos que rodean la gran ciudad. Un cordón de
carreteras y polígonos industriales separa aquello de esto, es una especia de
zanja que desliga todo.
Césped mustio invita a entrar por la puerta principal, la única que hay. Un
gran vestíbulo con la conserjería, la papelería, los despachos de los
profesores y todo lo que suele haber en sitios como estos. Nos mezclamos entre
todos los presentes. Hay gente de todas las edades desde personas de más de 60
años a adolescentes como nosotros. Hay ciclos de formación profesional, cursos
de bachiller y de secundaria, todo reservado para gente con un bolsillo
bastante grande y en el caso de nosotros, con un brillante expediente
académico. Al fin y al cabo es una escuela privada y solo unas pocas personas
hemos conseguido las becas que ofrecían desde una Fundación “sin ánimo de
lucro” pero que existe para lavar la imagen de la empresa propietaria del
centro, un gigante financiero.
Subimos los peldaños de la escalera y sabemos muy bien adonde nos
dirigimos, el Aula B8, la de Biología de secundaria. La puerta está abierta y
un hombre fino y con una camisa a cuadros nos recibe. Es el profesor de
Biología y Geología, Ramón.
–Bienvenidos. Ya estamos todos. Enseguida reparto los exámenes, los
últimos. Recordad que a partir de ahora iremos al Laboratorio a hacer unas
investigaciones muy sencillas. –Su voz suena como siempre. Es un intento de
meterse en la piel del alumno pero sin conseguirlo. Es un buen tipo.
Paseo la mirada por la clase. Apenas éramos 8 allí. Hugo con la mirada
cabizbaja porque esta es su peor asignatura y necesita la beca. Toni, el
chulito de clase a mi izquierda, delante de mí y en primera fila, Carlota, a la
que le he deseado suerte aunque no la necesite. A su lado está Susana una chica de pelo rubio y ojos azules. Es inteligente pero muy callada. Terminan
por perfilar la clase, Víctor, un chico alegre que siempre está sonriendo. Es
bajito y algo simple. Noelia, una morena con ojos caramelos que resaltaban aún
más porque tenía el pelo recortado a la altura de las cejas, que hace posible que
sus dulces facciones sean mas intensas. Es la menos inteligente de todos pero
tiene cualidades que muchos desean; belleza, estrategia y mucha anticipación.
Solo quedaba Natalia que estaba sentada en un rincón de la clase. Pelo castaño
y recogido en una coleta en un intento por mostrar sus pendientes. Suele
regalar sonrisas impertinentes a diestro y siniestro pero es la más solidaria y
concienciada. Creo recordar que el verano pasado fue voluntaria en una
protectora de animales abandonados.
Todos tenemos algo en común. Hemos obtenido la beca y vivimos en un piso que
nos pagan, excepto Susana que vive con su familia en la ciudad. El resto somos de ciudades menores o pueblos perdidos en la montaña. Hugo está con Toni, Noelia y Natalia en piso cercano al nuestro y nosotros.
Ramón comienza a repartir las hojas de los exámenes y dicta las instrucciones para contestar las cuestiones. Son cinco. Las leo y pronto se me esparcen todas las ideas en el folio. Pasa media hora, y yo ya he acabado. Me levanto y entrego el examen. He sido el tercero en acabar, Cecilia y Carlota ya han terminado. Al poco tiempo Toni, Víctor y Natalia repiten la misma acción. Solo quedan Hugo y Noelia, como siempre. Hugo da un soplido y escribe algunas cosas rápidamente. Sonríe. Parece que al final le ha ido bien. Natalia por el contrario levanta la cabeza y no consigue ordenar las ideas. Suena el timbre de las nueve y cuarto. Natalia musita algo para si misma.
Las siguientes dos horas pasan rápido y en el recreo vamos Hugo, Carlota,
Cecilia y yo juntos. Cecilia es tímida y casi nunca habla demasiado, pero hace
una excepción.
–¡No sabéis lo que me ha pasado este fin de semana! –exclama.
–Cuenta –pronunciamos al unísono.
–He conocido a un chico por Internet y me ha pedido que nos veamos el próximo
fin de semana.
–Pero eso es muy peligroso, si quieres yo te acompaño. –dijo con carácter
protector Hugo.
–Vale pero en cuanto esté te largas y nos dejas solos, no vaya a ser que me lo
espantes. Se llama Misterious Boy. Me envió él una petición al Tuenti y todo…
–Pues tenemos que ir a hacer algunas compras. –le dijo Carlota con picardía y
optimismo.
–Ojala hagáis buena pareja. –La verdad es que a la chica, Cecilia, se le veía un
poco solitaria aunque esas cosas por Internet…
Al
rato sonó el timbre y volvimos con otras dos horas de clase en las que no pasó
absolutamente nada. Mi aburrimiento crecía de una manera gigantesca.
El
segundo recreo, donde tan solo nos dio tiempo a hablar de nuestras cosas pasó
rápido. Entramos en clases y a las 15:20 sonó por última vez en ese día.
En
el centro había un comedor donde comíamos absolutamente gratis. La beca era una especie de ticket a un internado excepto porque podíamos vivir sin estar siempre vigilados, era alguna bueno para nuestra inteligencia emocional decían.
Los ocho avanzamos por el vestíbulo principal. Unas cuarenta personas hacían cola para entrar al comedor por la puerta que está hacia donde nos dirigimos.
Saqué el carnet del centro, el que me identificaba.
Enseñé el carnet a la misma mujer mayor que para no perder la costumbre estaba con cara de almendras agrias.
El
comedor es bastante grande y luminoso porque el techo es de cristal y hay
grandes ventanales. El suelo, a diferencia de todo lo demás donde hay madera,
es de azulejo normal.
Cogemos unas bandejas de metal y las llenamos con comida. Yo elijo carne con
salsa de primero, de segundo ensalada y de postre me cojo una pera. Agua para
beber.
Nos sentamos en la misma mesa de siempre a la hora de siempre con los de
siempre pero no pasa lo de siempre. Algo nos va a desquiciar en las próximas
horas.
–¡Oh dios mío! Mira esto Martín, léelo, venga. –dice ella con impaciencia y
miedo, sobre todo eso, mucho pero que mucho miedo. Su mirada infunde temor.
Es
una web de noticias y pone lo siguiente:
SUCESOS
(última hora)
Según
informan fuentes policiales la llamada de auxilio realizada esta mañana al
programa estrella de las mañanas “El Magazine” que se emite por el Canal 7
ha sido
realizada por un personaje que dará mucho que hablar. Supuestamente se trata de
Alejandro Rodríguez Bataller,
heredero de una de las grandes fortunas de este país y próximo accionista
mayoritario de la multinacional ActiveOne que cotiza en la bolsa de Nueva York.
Esta empresa se dedica al mundo de las nuevas tecnologías, las finanzas y las energías renovables.
Aún se
desconoce el lugar exacto del que se ha realizado la llamada pero se sabe por
fuentes anónimas que estaba en el extranjero de vacaciones. El Ministerio de
Asuntos Exteriores ya ha dado el aviso a todas las embajadas para que se
dispongan en su busca. Es posible que en las próximas horas se aclare más sobre
este asunto que dará que hablar no solo aquí sino internacionalmente. Les
mantendremos informados sobre posibles nuevos sucesos alrededor de este caso.
Con solo leer el nombre me estremezco. Es el mismo que aparecía en el cuarto
buzón, el de la caja y la llave, era todo aquello y él ahora mismo estaba en
peligro. ¿Tenia eso algo que ver con que nos quitaran todas las cosas que nos
habían dejado previamente? ¿Estaba todo eso relacionado de alguna manera? No lo
sabíamos ninguno de los dos. Solo pude mirarla fijamente y notar como mi
corazón también era de mimbre ya que en ese mismo instante se estaba
deshilachado. Estaba aterrorizado y me partía en trozos de cristal que se
partían en otros más pequeños y así hasta que no quedaba nada de mí.
Abracé a Carlota mientras el resto de la mesa nos miraba. Noté su corazón
acariciando mi pecho y la estreché entre mis manos aún más fuerte.
–Todo va a salir bien, ya verás. –le susurré eso al oído o más bien
lo hizo mi instinto de supervivencia porque ni yo mismo creía en que todo iba a
salir bien cuando ni siquiera había comenzado nada. Esto solo era un aviso de
lo que luego vendría.