El perdón no se vende. El perdón no se compra. El perdón no es gratuito, no tiene precio, no tiene cupones descuento. El perdón no se esconde detrás de un muro, el perdón no está bajo una capa de hormigón, no está olvidado en el fondo de ningún cajón. El perdón no navega en ningún barco. El perdón no surca ninguna ribera, no pone los pies al sol, no sale corriendo. El perdón no huye de las despedidas. El perdón no está al lado del bote de leche de la nevera ni en la sección de congelados de cualquier supermercado. El perdón no se pesa, no se escucha, no se toca, no se ve, no se olfatea. El perdón no se mete en la boca para chuparlo y lamerlo, no se escupe, tampoco se traga, ni explota después de sacudirlo cien veces, no.
El perdón habita dentro de nosotros. Solamente hay que dejar que, de vez en cuando, le dé un poco el aire.