Pasó como pasa un tren por la estación. Comenzó llamando a los viajeros por megafonía, avisando de que venia. Los últimos pasajeros se subieron sin mucha gana, cansados... Pronto comenzó a traquetear y a tirar humo. Cada vez era más espeso.
En la primera parada algunos se bajaron. Fueron pocos pero se fueron. A algunos los sacaron arrastras y otros casi salen por la ventana.
Había veces en que llovía y los cristales del vagón se empañaban. En esas veces siempre había pintores que se consagraban creando obras maestras en esas ventanas empañadas, eso si, siempre desafiando a las leyes de la física.
En otras ocasiones el sol caía con fuerza y por mucho que te taparas siempre conseguía rozar tu piel. Acariciarla suavemente o bruscamente, aunque eso al sol le daba igual. El sol solo quería llegar.
El viento era un mal compañero y la nieve una embustera. Cuando las ráfagas de aire se subían en alguna parada siempre nos azotaban, nos castigaban. ¿Qué hicimos mal aquellas veces? La nieve simplemente nos helaba la sangre, nos paralizaba. Nos hacía ser estatuas de algún templo griego olvidado, con esa sonrisa de piedra tan bella.
...y cuando terminó el viaje vino el revisor y nunca encontré el pasaje. Aquí sigo en este tren, que nunca para. Ha comenzado otra vez y yo sé que soñaré con ser maquinista de mi propio tren, por ahora me conformaré en construir las vías del ferrocarril.
¡Adiós 2013!
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